Fragmento
Sophie se quedó mirando a Teabing un buen rato
antes de volverse hacia Langdon.
—¿El Santo Grial es una persona?
Langdon asintió.
—Una mujer, de hecho.
A juzgar por la expresión de Sophie, se daba
cuenta de que no entendía nada. Recordaba que su reacción, la primera vez
que oyó aquello, había sido similar. Hasta que entendió la simbología que
había tras el Grial la conexión femenina no se le hizo clara. Teabing,
al parecer, estaba pensando en lo mismo.
—Robert, tal vez este sea el momento de que el
experto en simbología
intervenga, ¿no te parece? —Se acercó a un
pequeño escritorio, sacó una hoja de papel y la puso frente a
Langdon. Este se sacó una pluma del bolsillo.
—Sophie, ¿te suenan los símbolos modernos para
expresar lo masculino y lo femenino? Dibujó el masculino y el femenino.
—Claro.
—Pues no son los originales —añadió sin
inmutarse—. Mucha gente da por sentado, erróneamente, que el símbolo masculino
nace de la combinación de un escudo y una lanza, y que el femenino
representa un espejo que refleja la belleza. Pero en realidad su origen es
muy antiguo y se remonta a los símbolos astronómicos del dios-planeta
Marte y de la diosa-planeta Venus. Los símbolos originales eran mucho más simples.
Langdon trazó otro icono en el papel.
—Este es el símbolo original para lo masculino
—le dijo—. Un falo esquemático.
—Bastante explícito —comentó Sophie.
—Así es —añadió Teabing.
Langdon prosiguió.
—Este icono se conoce normalmente como «la
espada», y representa la agresión y la masculinidad. En realidad, este
mismo símbolo fálico sigue empleándose hoy en día en los uniformes
militares para denotar rango.
—Cierto —intervino Teabing con una sonrisa de
oreja a oreja—. Cuantos más penes tienes, más alto es tu rango. Los chicos
no cambiarán nunca.
Langdon hizo una mueca.
—Sigamos. El símbolo femenino, como ya
imaginarás, es exactamente el contrario. —Dibujó otro icono en la hoja de
papel—. Se le conoce como «el cáliz».
Sophie levantó la vista y le miró, sorprendida.
Langdon se dio cuenta de que había llegado a la
conclusión.
—El cáliz —dijo—, se parece a una copa o a un
recipiente y, lo que es más importante, a la forma del vientre femenino.
Este símbolo expresa feminidad y fertilidad. —Langdon la miró fijamente—.
Sophie, la leyenda dice que el Santo Grial es un cáliz, una copa. Pero su
descripción como cáliz es en realidad una alegoría para proteger la
verdadera naturaleza del Santo Grial. Lo que quiero decir es que la
leyenda usa el cáliz como metáfora de algo mucho más importante.
—De una mujer —dijo Sophie.
—Exacto. —Langdon sonrió—. El Grial es,
literalmente, el símbolo antiguo de la feminidad, y el Santo Grial
representa la divinidad femenina y la diosa, que por supuesto se ha
perdido, suprimida de raíz por la Iglesia. El poder de la mujer y su
capacidad para engendrar vida fueron en otro tiempo algo muy sagrado, pero
suponían una amenaza para el ascenso de una Iglesia predominantemente
masculina, por lo que la divinidad femenina empezó a demonizarse y a
considerarse impura. Fue el hombre, y no Dios, quien creó el concepto de
pecado original, por el que Eva probaba la manzana y provocaba la caída de
la humanidad. La mujer, antes sagrada y engendradora de vida, se convertía
así en el enemigo.
—Debería añadir —intervino Teabing con voz
cantarína— que este concepto de mujer como dadora de vida, fue el origen
de la religión antigua. El alumbramiento era algo místico y poderoso. Por
desgracia, la filosofía cristiana decidió tergiversar el poder creativo de
la mujer ignorando la verdad biológica y haciendo que el Creador fuera el
hombre. En el Génesis se nos explica que Eva fue creada a partir de una
costilla de Adán. La mujer se convirtió así en un apéndice del hombre. Y,
además, en un apéndice pecador. El Génesis es el principio del fin de la
diosa.
—El Grial —prosiguió Langdon— simboliza a la
diosa perdida. Cuando apareció el cristianismo, las antiguas religiones
paganas no desaparecieron de la noche a la mañana. Las leyendas de las
búsquedas caballerescas del Grial perdido eran en realidad historias que
explicaban las hazañas para recuperar la divinidad femenina. Los
caballeros que decían ir en busca del «cáliz», hablaban en clave para
protegerse de una Iglesia que había subyugado a las mujeres, prohibido a
la Diosa, quemado a los no creyentes y censurado el culto pagano a la
divinidad femenina. Sophie negó con la cabeza.
—Lo siento, cuando has dicho que el Santo Grial
es una persona, me ha parecido que te referías a una persona de carne y
hueso.
—Es que lo es —dijo Langdon.
—Y no una persona cualquiera —exclamó Teabing,
poniéndose de pie, emocionado—. Una mujer que llevaba consigo un secreto
tan poderoso que, de haber sido revelado, habría amenazado con devastar
los mismos cimientos del cristianismo. Sophie parecía algo
desbordada.
—¿Y es una mujer conocida en la historia?
—Ya lo creo. —Teabing cogió las muletas y se
dirigió al vestíbulo—. Si me acompañan a mi estudio, queridos, tendré el
honor de mostrarles la pintura que Leonardo da Vinci hizo de
ella. Dos habitaciones más allá, en la cocina, el mayordomo Rémy
Legaludec estaba inmóvil frente al televisor. La cadena de noticias
mostraba las fotos de un hombre y una mujer... los mismos a los que acababa
de servir el té.
...
—Resulta que sí, que después de todo el Santo
Grial sí aparece en La última cena. Leonardo le reservó un espacio
prominente.
—Un momento —interrumpió Sophie—. Me acabáis de
decir que el Santo Grial es una mujer. Y en La última cena aparecen trece
hombres.
—¿Seguro? —dijo Teabing arqueando las cejas—.
Fíjese bien.
Titubeante, Sophie se acercó más a la pintura y
miró con detalle las trece figuras, Jesús en el medio, seis discípulos a
la izquierda y seis a la derecha.
—Todos son hombres —dijo al fin.
—¿Ah, sí? ¿Y qué me dice del que está sentado en
el puesto de honor, a la derecha del Señor?
Sophie se fijó en aquella figura, observándola
con detenimiento. Al estudiar el rostro y el cuerpo, le recorrió una
oleada de desconcierto. Aquella persona tenía una larga cabellera
pelirroja, unas delicadas manos entrelazadas y la curva de unos senos.
Era, sin duda... una mujer.
—¡Es una mujer! —exclamó.
Teabing se reía.
Sophie no podía apartar la vista de aquella mujer
sentada junto a Cris
—Sorpresa, sorpresa. Créame, no es un error.
Leonardo sabía pintar muy bien y diferenciaba perfectamente entre hombres
y mujeres.
to. «En la última cena se supone que había trece
hombres. ¿Quién es entonces esa mujer?» Aunque había visto muchas veces
aquella pintura, nunca le había llamado la atención aquella evidente
disonancia.
—Nadie se fija —dijo Teabing—. Nuestras ideas
preconcebidas de esta escena son tan fuertes que nos vendan los ojos y
nuestra mente suprime la incongruencia.
—Es un fenómeno conocido como escotoma —añadió
Langdon—. El cerebro lo hace a veces con símbolos poderosos.
—Otra razón por la que tal vez se le ha pasado
por alto esta mujer — comentó sir Leigh— es que muchas de las fotografías
que aparecen en los libros de texto se tomaron antes de 1954, cuando aún
había muchos detalles ocultos tras capas de suciedad y de pintura
procedente de restauraciones de dudosa calidad, realizadas por manos
torpes en el siglo XVIII. Ahora, por fin,el fresco ha vuelto a verse como lo
pintó Leonardo, y se ha dejado sólo la capa de pintura que él empleó. Et
voilá.
Sophie se acercó más a la imagen. La mujer a la
derecha de Jesús era joven y de aspecto puro, con un rostro discreto, un
hermoso pelo rojizo y las manos entrelazadas con gesto sereno. «¿Y esta es
la mujer capaz de destruir ella sola la Iglesia?»
—¿Y quién es? —preguntó.
—Esa, querida, es María Magdalena.
Imagenes
La Mona Lisa

Hombre de Vitrubio

La Ultima Cena

Museo de Louvre

Abadia de Westminster
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